13 de agosto de 2012

De Piedra, Fuego... Y Sangre.


Como bien sabrán todos aquellos que sigan este modesto blog dedicado a nuestro juego de rol favorito, durante las últimas entradas exponíamos de forma resumida los aspectos más importantes de nuestra campaña en la Marca del Este. En su mayoría, los hechos eran narrados a través de la ficticia lectura del antiguo diario encontrado por Alexia como legado de su maestro asesinado: el diario de Loran Valgayar, último Gran Maestre de la Hermandad de la Flor Alada. Además, en nuestra última entrada presentábamos oficialmente al que es mi personaje más querido hasta la fecha; Darren Valgayar, capitán de la Guardia de Robleda acusado de alta traición y condenado a muerte, fugado y en busca y captura. Cargado de ira y sed de venganza... Último descendiente vivo de la estirpe Valgayar, y por tanto heredero al trono de la Flor Alada. 

Una vez comentado todo esto, retomamos nuestra historia en el punto donde la dejamos; con nuestros héroes de vuelta al Castillo de Locksly, descubriendo como aquella vieja fortaleza a la que empezaban a considerar su hogar había sido arrasada por las llamas. Descubriendo como aquellos a los que consideraban sus amigos habían sido asesinados de la forma más sanguinaria posible. Descubriendo cuan largo es el brazo y la influencia de Kletus en toda la extensión de la Marca. Señalar además la importancia añadida de estas últimas sesiones, pues un miembro más se ha unido a la mesa y al grupo para regocijo de todos. Sarabi, la exploradora visirtaní, une su arco y sus dagas al ya bien asentado grupo de personajes. Su objetivo es bien compartido por todos, encontrar y dar muerte al asesino de su familia y verdadero traidor de Reino Bosque: Kletus Mirathin.

Sarabi, Exploradora visirtaní
Todos habían muerto. Hasta el último habitante del castillo había sucumbido al ataque de los templarios de una forma u otra. Degollados, destripados, destrozados a golpes... Incluso algunos como Frai Gilberto, petrificados por algún tipo de magia oscura. Ni siquiera aquellos convertidos en piedra se mantenían de una sola pieza. Otros, como el Caballero, Rufus, o el hermano de Egro, habían desaparecido... Aunque ninguno se atrevió a dudar de que estarían muertos con total seguridad. El último cadáver que hallaron fue el de Ser Roddrick. Tendido sobre su mesa, sobre un charco de sangre, con daga incrustada en la espalda. En sus manos, el anciano caballero sostenía una nota escrita de su puño y letra. Apenas unas palabras aparentemente inconexas poblaban el pedazo de papel: "Diario", "Robleda", "Empeños Seith" y "Steinkel". Pese a no encontrar lógica a las últimas palabras de su viejo amigo, todos coincidieron en que se trataba de una pista encontrada por el caballero durante su misión en Marvalar. Fuese lo que fuese, el grupo debía dejar aquellas ruinas antes de que los atacantes volvieran y poner rumbo a Robleda, donde tratarían de averiguar lo que fuera sobre la nota que acababan de descubrir. Sin embargo, no fue lo último que encontrarían en la vieja fortaleza destruida. Aquella misma noche, mientras descansaban y trazaban los planes del día siguiente, la luz de las estrellas iluminaría la misteriosa torre central de la ciudadela revelando algo imperceptible días atrás, cuando las enredaderas cubrían el edificio en su práctica totalidad. Un portal tallado en la mismísima piedra. El símbolo de la Flor Alada. Debajo, un pequeño texto que ayudaría más tarde a Alexia a descifrar el misterioso Diario de Loran. El lema de la Hermandad...

Puerta y Texto de la Torre.
Utilizando la llave que Darren poseía desde niño, el grupo atravesó las puertas de la torre, adentrándose en una pequeña galería de túneles con una forma muy peculiar... Terminada en una gran sala octogonal, en la que hasta diez pedestales labrados en piedra de diferentes colores parecían aguardar que alguien volviera a darles uso... Y entonces el orbe se encendió. Desde la bolsa de Várvol, el citrino artefacto comenzó a emitir un sonoro zumbido acompañado del brillo más intenso que hubieran visto nunca. Del mismo modo, el pedestal de color amarillo comenzó a emitir un fino halo de luz. Guiados en parte por la intuición, pero también por algún tipo de fuerza desconocida, depositaron el orbe sobre el pedestal... Y al instante cesaron tanto el zumbido como el brillo y la luz que ambos emitían. Comprendieron que aquella era una de las cuatro salas de las que hablaba el diario. Lugares cargados de magia y poder, levantados únicamente para contener los orbes de forma estable y segura. Lejos de todo aquello que pretendiera poseerlos para su uso y beneficio. Y allí lo dejaron. Oculto y seguro. Lejos de aquellos que lo anhelaban...

Cripta de la Torre.

Fue a la mañana siguiente cuando emprendieron rumbo sur, hacia Robleda. Si bien no lo hicieron todos, pues Darren comunicó que antes debía hacer algo para sí. Quería adentrarse en el Gran Pantano, buscar el monasterio en el que yacía su padre y dedicarle unos minutos de respeto. Así, un par de días después, el grupo atravesaba las puertas de Robleda en busca de información. "Empeños Seith" resultó ser el nombre de una pequeña y ruinosa casa de empeños que no llamaría nunca la atención a nadie... Cuyo dueño pudo explicarles que la palabra "Steinkel" no era otra cosa que el nombre de un experimentado mercenario de la zona, un clérigo de Valion cada vez más alejado del Dios de la Luz... Que hacía unos años le había vendido el diario que ahora poseía Alexia. Siguiendo sus indicaciones, el grupo tomo rumbo este, hacia la aldea de Lacarda, donde al parecer residía el tal Steinkel.

La aldea de Lacarda.
Tras un día de marcha apresurada, el grupo llegó a la pequeña aldea, donde no tardaron en dar con el mercenario. Este les contó que había encontrado el diario hace 4 o 5 años, en las inmediaciones del Valle Sagrado, junto a unas antiguas ruinas olvidadas. Prometió guiarles hasta allí y servirles como mejor pudiera... Siempre y cuando pagaran el precio correspondiente. Incapaces de negarse, el grupo compró los servicios del mercenario, que a la mañana siguiente los guiaría hacia su objetivo.

El Valle Sagrado.
Al poco de llegar al mágico valle, encontraron las primeras pruebas de la presencia de sus enemigos. Y no de uno solo, si no varios. A orillas del mismo lago, los restos de una reciente escaramuza mostraban numerosos cadáveres de templarios de Velex y acólitos de Orcus... Junto a los restos de un contingente de hombres rana, cuyas tribus han poblado las inmediaciones del lago desde hace siglos. Estudiando la disposición y el estado de los muertos, dedujeron que ambos credos marchaban juntos bordeando el lago hacia las montañas del valle, siendo víctimas de una emboscada de la que no pudieron escapar. Fue entrada ya la noche, cenando al amparo de un gigantesco sauce, cuando comenzaron a escuchar los cánticos. A poca distancia de allí, la oscuridad revelaba un pequeño foco de luz al pie de las montañas del que emergía un enigmático y atrayente sonido tribal. Steinkel y Milgram, criados en el seno de Valion, no tardaron en reconocer aquél lenguaje como el de los adoradores de Orcus. Marchando en la oscuridad, el grupo llegó hasta el foco de aquellos malévolos cánticos; las ruinas de un antiguo y olvidado templo que Steinkel identificó como aquél en el que había encontrado tiempo atrás el diario. En sus arcos y capiteles, un símbolo se repetía por todo el lugar; la Flor Alada. Ocultos por las sombras, agazapados entre los ruinosos restos de la edificación, se aventuraron en el interior del recinto, donde un grupo de media docena de acólitos rezaban al Señor de los Muertos Vivientes en torno a una gigantesca hoguera que lamía las vigas que aun quedaban del ruinoso techo.

La Capilla de la Flor Alada.
Saltaron sobre ellos sin ningún tipo de piedad, y perdidos como estaban en sus oraciones, los monjes no tardaron en caer. Mas no tardaron en comprobar que no estaban solos. De entre las sombras, dos figuras emergieron en dirección al grupo. Yuliana, "La Cocatriz", lugarteniente de Kletus, desenvainó su espada larga y caminó desafiante hacia ellos. A su lado, una inmensa figura armada con un brutal martillo de guerra arrastraba las piernas totalmente carente de vida y voluntad. Agro, hermano de Egro, había sucumbido definitivamente a la corrupción y la oscuridad. Con los ojos vacíos, el pelo cano y la piel oscurecida, mantenía la mirada perdida y la mente en blanco. Solo una idea lo empujaba a seguir adelante. Acabar con los que habían sido sus compañeros. El combate fue brutal y sangriento, y más de uno estuvo a punto de caer. Várvol fue gravemente herido, a Milgram casi le amputan una pierna, y Alexia, tras acabar con varios acólitos con su ballesta, terminaría por el suelo, envuelta en un combate a muerte con Yuliana sin otra arma que no fueran sus propias manos. Mientras tanto, los dos hermanos se enfrentaban en el combate más duro que habían tenido nunca. El maldito Agro destrozó a su hermano a base de martillazos, dejándolo en el suelo a un paso de la muerte, esperando el definitivo golpe de gracia. Fue sin duda ese miedo a la muerte, esas ganas de vengar lo que le habían hecho a su hermano, lo que le dio fuerzas para levantar la espada una última vez en el preciso instante en que Agro se abalanzaba sobre él haciendo descender su martillo. La espada atravesó metal, piel, carne y hueso, y todos pudieron ver como la punta de la misma emergía por la boca del corrupto guerrero acabando definitivamente con su vida. A escasos metros, Yuliana propinaba a su contrincante un fuerte rodillazo en el estómago que le permitía levantarse y escapar... No sin antes sorprender al grupo con un inesperado movimiento. Corrió hacia el más oscuro rincón de las ruinas. En él, de pronto, Alexia pudo discernir la figura de dos prisioneros encadenados. Débiles y decrépitos (Uno de ellos sería Sarabi, la exploradora visirtaní que se les uniría desde entonces). La Cocatriz tomo del cuello a uno de ellos y lo levantó. Sin dejar de mirar al grupo, retiró de su mano derecha el guantelete que la cubría, dejando a la vista un miembro de color oscuro y pétreo, casi muerto. Retiró la capucha al prisionero, dejando a la vista uno de los pocos rostros amigos que les quedaban. El caballero mudo los miró por una última vez. Solo con rozar su cara con la punta de los dedos, la piel de su amigo comenzó a tornarse oscura y agrietada. Tan deprisa avanzó que ni tan siquiera tuvo tiempo de gritar. Cayó al suelo haciendo un sonido fuerte y sordo. Roca contra roca. Yuliana levantó la espada de nuevo y la dejó caer haciendo un ruido más extraño si cabe que el anterior. Con la suficiente fuerza y violencia para separar la cabeza del resto del cuerpo de aquella figura de piedra. Con el busto entre las manos, comenzó a correr entre las ruinas. Alexia la persiguió... Solo para verla saltar al vacío desde un acantilado. Pese a acertar un último disparo en el tobillo que la hizo aullar de dolor, solo pudo ver como su cuerpo caía al agua del lago, varios cientos de metros más abajo...

Interior de la Capilla de la Flor Alada.
Desconsolados como estaban, tardaron un par de horas en explorar las ruinas del templo. Cerca del acantilado del que había saltado la Cocatriz, encontraron una puerta idéntica a la que vieran días atrás en  Fuerte Locksly. Mismo símbolo, mismo texto... Mismo funcionamiento, mismo trazado interior el de su cripta. Sin embargo, algo diferente encontraron en la sala final. Junto a los diez pedestales, idénticos a los que vieran en la primera cripta, un trono presidía la sala. En ella, un esqueleto parecía aguardar sentado a aquellos que lograran adentrarse en la cámara. En su pecho, una inscripción les indicaba que habían llegado donde debían: Loran Valgayar, Gran Maestre de la Flor Alada. El autor del diario que los había llevado hasta allí, y que debía llevarlos hasta el Disco de Silas, yacía en un eterno descanso. A su espalda, un gigantesco tapiz mostraba una majestuosa puerta custodiada por cuatro obeliscos tan blancos como el marfil.

Steinkel rompió el silencio sin que nadie le preguntara.

   -Conozco ese lugar -dijo-. Son las puertas de la tumba de Alestor. Sin duda el lugar que buscáis y al que gustosamente os llevaré -lanzó una última y enigmática sonrisa-... Por un módico precio, estaré encantado de volver a ofreceros mis más humildes servicios...

Loran Valgayar, último Gran Maestre.
En definitiva, una serie de partidas sin demasiado lanzamiento de dados, pero con un montón de nuevas preguntas por resolver... ¿Qué hacían allí los hombres de Kletus? ¿Se habían unido las corruptas fuerzas de Velex a los acólitos del Señor de los Muertos Vivientes? ¿Acaso buscaban el Disco de Silas para beneficio de ambos? ¿Por qué habían acabado con el caballero de forma tan precipitada? En fin, como suele decirse, lo veremos en el próximo capítulo...

10 de agosto de 2012

Darren Valgayar



Nacido en el seno de una una humilde caravana de mercaderes, Darren se crió en las calles más pobres de la ciudad de Robleda, haciendo las veces de recadero y ayudante en la herrería de su padre. Si bien este, por razones que tardaría en entender, nunca llegó a quererle, Darren estaba fuertemente unido a su madre y a su tío, hermano de esta, miembro de la guardia de Robleda, amigo e instructor del muchacho. Desde muy joven, Darren tuvo claro que su futuro estaba lejos de la herrería. Lejos de la fragua y el martillo. Lejos del maltrato y el odio de su padre... Contando con apenas diez años, manejaba el acero como ningún joven de la ciudad, y al cumplir los dieciséis, su tío lo alistaría en la el cuerpo de guardia de Robleda, donde no tardaría en llamar la atención a sus superiores. Al cumplir los veinte, Darren recibió la irrechazable oferta de ascenso y traslado a la capital, Marvalar, donde pasaría a ocupar uno de los cuatro cargos de capitán de la guardia. Henchido de orgullo y ambición, Darren acudió a su antiguo hogar, buscando dar la gran noticia a su madre, pero lo que allí encontró cambiaría su vida para siempre; a su madre apalizada, tendida en el suelo, inmovil... En una de sus frecuentes borracheras, la mayor que Darren recordaba, su padre había dejado a su madre al borde de la muerte. Movido por la ira y el odio acumulado por los años de maltratos, se lanzó sobre su padre clamando venganza. Tan salvaje fue la represalia que a punto estuvo de matarlo... Pero Golcan, su tío, intervino justo a tiempo para detenerle.

Con su padre entre rejas, Darren conoció la verdad en palabras de su madre. El por qué su padre nunca le había querido y los había tratado así a ambos. Y es que aquél herrero borracho no era su verdadero padre. Conoció así la historia de su verdadero progenitor, un valeroso caballero andante llamado Doran Valgayar al que su madre había amado en secreto durante no más de un par de años... Si bien no supo decirle que había sido de él después de tanto tiempo, le entregó el colgante que este le diera a su vez al despedirse, como símbolo de amor eterno y para que nunca le olvidara. Un colgante. Una fina cadena del más hermoso mitral terminado en una extraña talla en forma de Flor Alada, coronada por una minúscula gema que cambiaba de color a voluntad.

Así, entregado a la nueva causa de encontrar a su verdadero padre, e incapaz de abandonar a su madre, Darren rechazó la oferta que lo trasladaría a Marvalar, quedándose en Robleda y avanzando puestos en el escalafón de la guardia. Si bien se decía entre las altas esferas que estaba cualificaco para comandar su propia compañía de cien hombres del ejército del este, y quien sabe si su propio batallón, Darren permaneció entre los muros de Robleda, destinado finalmente como capitán de la unidad encargada de proteger el enclave de "La Orden del Libro", una antigua hermandad de sabios y estudiosos que tenían su sede en la ciudad. Y fue en su seno donde conocería al amor de su vida. Myrta Rudiggi, hija del entonces clérigo supremo de Velex; Hextadomarius Rudiggi.

Tras diez años al servicio de la Orden, tanto él como Myrta fueron involucrados en una trama conspiratoria en el seno de la Iglesia de Velex liderada por el segundo en la cadena de mando, Kletus Mirathin. Planeando derrocarle, Kletus acusó a Hextadomarius de alta traición, y tanto él como sus más allegados fueron declarados culpables y condenados a muerte. Entre ellos, todos los miembros de la Orden del Libro, conocidamente apoyada por el clérigo supremo de Velex. En apenas unas horas, casi la mitad de la ciudad estaba en llamas, y los miembros de la Hermandad morían en horcas y hogueras promovidas por la plebe creyente. Darren corrió a su antigua casa en busca de su madre, pero su antiguo hogar había caído pasto de las llamas y el derrumbe, por lo que movido por la ira y el odio hacia los conspiradores, rompió el juramento que le ataba para con la guardia y se opuso a los corruptos en compañía de sus más fieles soldados. Así, mientras luchaba y ayudaba a los inocentes, Darren pudo ver morir a su amada atravesada por las saetas de los templarios de Velex comandados por Kletus. En un último acto de locura, trató de llegar hasta el traidor con el único deseo de matarlo... Pero su compañía cayó rápido ante los más numerosos templarios, y Darren fue detenido y encarcelado.

La Flor Alada
Perdido y sin ganas de vivir, Darren sería rescatado un par de meses después por un grupo de aventureros que decían saber cosas sobre él, su pasado, y el de su padre. Entre ellos, un superviviente de la que había sido su compañía en Robleda. Compartiendo además el fin de acabar con los planes de Kletus, partió junto a ellos en busca del Disco de Silas y los Orbes de Penumbra. Acusado de alta traición y condenado a muerte, pasaría a embarcarse en un cometido del que nunca había imaginado formar parte. Superando con creces el destino que se había resignado a mantener durante años. Retomando la vida que le había sido arrebatada tiempo atrás, cuando ni tan siquiera había nacido, y que le correspondía por derecho de sangre a la estirpe de los Valgayar. La de comandante de la Hermandad. Al frente de la Flor Alada.